En cuanto hubo un rayito de sol
en esta atormentada y cambiante primavera,
Flora se calzó sus lindos zapatos y salió a pasear.
Se internó en el frondoso jardín rebosante de vida y según avanzaba, las rosas, caléndulas, iris, tulipanes, calas... alegraron su ánimo y se olvidó de "él" por un instante.
El trinar de los pajarillos en la copa de los árboles anunciaba
lindos mensajes de amor, promesas lanzadas al aire... que lo hacía más cálido.
Pero de repente se acordó de lo que solía decir su tatarabuela:
"niña, ni amor forzado, ni zapato apretado"
y sintió un alivio indecible...